BOB DYLAN – Rough and Roudy Ways (ALBUM REVIEW)

BOB DYLAN – Rough and Roudy Ways (ALBUM REVIEW)

Por .: G_Radaghast B.P.

El viernes 19 de junio fue testigo de un terremoto musical que sacudió a una gigantesca minoría hasta la médula. Pese a su intensidad, la angustia prolongada del encierro en Latinoamérica y los vaivenes del desconfinamiento en Europa trasladó a segundo plano lo que ocurrió ese día: dos de las leyendas vivas más importantes de la música popular, Bob Dylan y Neil Young, lanzaron de forma simultánea sus nuevos discos, dos obras llamadas a escribir una importante página en sus carreras, aunque por motivos bien diferentes. Primero, vayamos con el nuevo trabajo del trovador maldito.

Luce extraño comentar un disco de Bob Dylan en una revista dedicada principalmente al Metal y algunos subgéneros del Rock. Aprovechándome de la libertad con la que contamos los miembros del staff – y en un mes carente de otros grandes lanzamientos, hay que decirlo – podría resultar interesante el comentar el último trabajo de este artista, ubicando su álbum entre dossiers de bandas que dan sus primeros pasos en el mundo del metal extremo y del rock más bizarro.

El disco que nos convoca hoy es el número 39 en la carrera de Bob Dylan, conteo que excluye sus más de 15 discos compilatorios (Entre la saga “The Bootleg Seriesy The Basement Tapes, que consideran canciones inéditas, outtakes y grabaciones de ensayo en diferentes épocas del músico) y más de 10 álbumes en vivo. Hablamos de una carrera que inició en el año 1962, en exceso prolífica como pueden apreciar, y lo que es más increíble, de una tremendísima calidad tanto musical como lírica y que ha influenciado a varias generaciones no sólo de músicos, sino que de escritores, cineastas y hasta políticos.

Pero no perdamos el foco: en la actualidad con un par de clicks puedes acceder a la biografía de Dylan, su asombroso registro de premios y condecoraciones – que incluyen el Premio Nobel de Literatura el año 2016 – y la cantidad de veces que ha entrado a los rankings de música popular. De hecho, gracias al volumen de ventas de su nuevo trabajo, «Rough and Rowdy Ways», (“Rudos y ruidosos caminos”) se ha convertido en el primer artista que consigue entrar en la lista de éxitos Top40 de Billboard en cada década desde los años sesenta.

Este trabajo es el primero con canciones originales desde “Tempest”, que publicó en el año 2012, aunque durante este período ha lanzado tres colecciones de temas clásicos, el álbum de covers a Frank Sinatra, “Shadows in the Night” (2015), “Fallen Anges” (2016) y “Triplicate” (2017, como el nombre lo indica, un disco triple). Todos lanzados por el sello Columbia Records, su casa discográfica que lo fichó en octubre de 1961 sin saber que este muchacho, en ese tiempo desgarbado y regordete, se transformaría en uno de los íconos culturales que definieron la segunda mitad de siglo XX hasta nuestros días, y que sería una fuerza creativa capaz de crear por sí solo una gigantesca cantera musical, desde la cual siempre se encuentra material para publicar casi una vez por año.

Pasa que sobre Bob Dylan, sepas mucho o poco de él, siempre cuentas con mucho material para escribir: su extravagante biografía, sus álbumes, las influencias literarias que lo marcaron a él como notable letrista, la influencia ejercida por él en numerosos autores, el impacto de su música en el rock, el folk, el country, el rhythm and blues y hasta en el rap, el hip hop y la música religiosa. Para qué hablar de las películas que inspiró y los documentales que se le han dedicado. En una palabra, una figura imposible de abarcar en su totalidad, totalmente inasible.

Tan es así que desde hace ya varias décadas, sus lanzamientos discográficos no son sólo cubiertos por medios dedicados a la música: canales de noticias internacionales, prensa escrita tanto de línea “progresista” como conservadoras: The Washington Post, The New York Times, Los Angeles Times, etc; incluso acá en Chile el diario ultra conservador “El Mercurio” le dedicó una nota cuando se liberó su disco por streaming. Sus obras son analizadas no sólo por periodistas de espectáculos, sino que también se suman a este revuelo sociólogos, historiadores y periodistas dedicados a las culturas. ¿Y en los rankings? Según reportó Billboard, Dylan ha entrado 23 ocasiones en el top 10 de discos, y 50 en el top 40 en las últimas seis décadas: ocho veces en los sesenta, catorce en los setenta, siete en los ochenta, cuatro en los noventa, siete en los 2000, y diez en los 2010. Sin embargo, en cuanto a canciones nunca había llegado al número uno hasta la reciente publicación de «Murder Most Foul» (“El asesinato más vil”), uno de los singles de «Rough and Rowdy Ways», y no cualquier single: a sus 79 años, Dylan se atrevió a experimentar usando la técnica del spoken word sobre una base jazzera de casi 17 minutos de duración!

Claramente, la nueva obra de Dylan ha recibido el aplauso unánime de la crítica. Leí algunos reviews antes de escribir, y la verdad es que es fácil caer en las alabanzas presuntuosas considerando más al autor que al álbum en sí. Es sencillo tirar unas cuantas líneas sobre su “poesía inconfundible”, su “gran capacidad para contar historias”, sus “imágenes surrealistas” y más bla bla. Si el tipo fue capaz de ganar el Premio Nobel sin nunca haber escrito un libro de ficción – sus “Chronicles” son memorias escritas en primera persona de distintos períodos de su vida – es porque sus letras son sinónimo de indudable calidad artística. Y si nos atrevemos a meter a Dylan en Metal Addiction, es porque no queremos caer en facilismos sino mirar su última obra desde la óptica del rock más radical, por así decirlo.

De manera preliminar, hay que señalar que Dylan no lanza discos por cumplir contrato o por un mero afán narcisista de hacerse notar. Si edita un álbum de canciones propias e inéditas, es porque existe un tópico sobre el cual reflexionar. Recordemos que no lanzaba música “fresca” (mejor que decir “nueva” porque siempre surgen composiciones inéditas dentro de lo que sus críticos y fánaticos denominan, “Arqueología Dylaniana”) desde el año 2012. El tema que podemos deducir dentro de sus líricas, a primera vista, parece ser un ajuste de cuentas entre su geografía personal, su trayectoria vital y destino atávico como referente cultural, la percepción que, él sabe, el resto de la humanidad (periodistas, músicos, fanáticos, gente de la industria musical) tiene sobre él, y la muerte como la conclusión ineludible de la cual, pese a toda su “magnificencia”, no puede liberarse.

Bob sabe que ya no morirá – o que ya murió, como afirma en una de sus canciones – pero no quiere dejar de ser y sentirse un músico vigente. Así nos narra en “I Contain Multitudes”: “Pinto paisajes y pinto desnudos, Me enrollo y me divierto con todos los jóvenes, Soy como Anne Frank, como Indiana Jones, Y los chicos malos británicos, The Rolling Stones, Voy directo al borde, voy directo al final, Voy justo donde todas las cosas perdidas se arreglan de nuevo, Contengo multitudes”

Dylan demuestra en sus líricas que se encuentra perfectamente consciente de su relevancia trascendental y su privilegiada posición de haber sido testigo de numerosos hechos históricos, como también de haberse codeado con un millar de personajes gravitantes de nuestra historia reciente. Sin falsas modestias, con una buena cuota de ironía pero sin renuncios. Así, nos refriega en la cara en “My Own Version of You”:
“He recorrido un largo camino de desesperación
No he conocido a ningún otro viajero allí
Mucha gente se fue, mucha gente que conocí”

Mientras, en “Mother of Musses” aparenta preguntarse (pues sabe perfectamente la respuesta):
“Quien despejó el camino para que Presley cantara
Quien talló el camino para Martin Luther King
¿Quién hizo lo que hicieron y siguieron su camino?
Hombre, podría contar sus historias todo el día.”

Las referencias a su inconmensurable bagaje cultural – Dylan es desde niño un asiduo lector, incrementado por las personas con las que se relacionó en las calles del Greenwich Village,en el Nueva York de los ‘60 – son frecuentes en casi todas sus canciones:

“Tengo un corazón revelador como el Sr. Poe, Tengo esqueletos en las paredes de personas que conoces, Canto las canciones de la experiencia como William Blake, No tengo disculpas que hacer, Nací en el lado equivocado de la vía del ferrocarril, como Ginsberg, Corso y Kerouac, Como Louis, Jimmy, Buddy y todo lo demás”.

No faltan las referencias a Shakespeare, con quien audazmente se comparó en su discurso al recibir el Nobel – ceremonia a la cual no asistió, a ese nivel de rebeldía y amor propio estamos hablando – aunque, teniendo a la vista la obra construida, se le concede el atrevimiento.

Bob Dylan ha sido objeto de escrutinio público desde que dejó de lado el rock and roll primigenio que le había llamado su atención en su período escolar, por el country folk americano de alta consciencia social, pasando a ser considerado dentro de los cantautores folk de protesta en la primera mitad de la sesenta, en plena guerra fría. Sin embargo, cuando decidió volcarse a temas más íntimos, “mundanos” e individualistas, fue catalogado como traidor por la escena folk, lo que se acentuó aún más cuando decidió “cambiar” la guitarra acústica por la eléctrica, al tiempo de atraer a su música no sólo los instrumentos sino también la estructura, tonalidad y rítmica del rock que irrumpió con fuerza desde 1965. Su biografía es rica en anécdotas, incidentes, amenazas de muerte y gritos de “traidor” y “judas” durante este período. Por todo lo anterior, en este álbum le pega una “repasada” a esta “obligación moral” que él nunca aceptó como propia, de ser un portavoz o líder de opinión: ya en el primer track “I contain multitudes” nos canta que:

“No tengo disculpas que hacer, Vivo en un bulevar del crimen, Soy un hombre de contradicciones, soy un hombre de muchos estados de ánimo, Tu, viejo lobo codicioso, te mostraré mi corazón, Pero no todo, solo la parte odiosa”

En “False Prophet” (vaya título) refuerza la idea anterior: “No me conoces, cariño, Nunca adivinarías, No soy nada como mi apariencia fantasmal sugeriría, No soy un falso profeta, Solo dije lo que dije, No soy la novia de nadie, No recuerdo cuando nací, Y olvidé cuando morí”

No perdió la oportunidad de reiterar esta declaración en la canción que le dedicó a su amigo Jimmy Reed, héroe del blues que murió de forma prematura: “No significará mucho, dijeron todas las personas, Porque no toqué la guitarra detrás de mi cabeza, Nunca se entregó, nunca actuó orgulloso, Nunca me quité los zapatos, los tiré a la multitud, Me tiraron todo, todo en el libro, No tenía nada con lo que pelear excepto un carnicero, No tuvieron piedad, nunca echaron una mano, No puedo cantar una canción que no entiendo”

Hay canciones con ideas más concentradas: “Black Rider” es una conversación con La Muerte, que vacila entre una solicitud sentida de no aparecerse por su camino aún, a frases donde la desafía o donde definitivamente desea descansar en sus brazos. “Goodbye Jimmy Reed” es tanto una despedida como también el espejo sumario de su propia vida. “My Own Version of You” es una referencia prístina de “Frankenstein” de Mary Shelley, planificando construir su propia versión de un ser recogiendo trozos humanos en “morgues y monasterios” a fin de reestablecer un equilibrio perdido. “Mother of Musses” y “Crossing the Rubicon” son eminentemente poéticos, repletos de referencias a artistas de variada índole, finalizando esta “cara A” con “Key West” (Philosopher Pirate)”, un tributo a su experiencia como ferviente auditor de radioemisoras, en especial durante su infancia y adolescencia en Hibbing, Minnesota. (Bob pasó gran parte de su juventud escuchando la radio, primero con emisoras que transmitían blues y country desde Shreveport, Luisiana, y posteriormente con emisoras de rock and roll).

La única canción del “Lado B”, “Murder Most Foul” es una alegoría en spoken-word que toma como eje el asesinato de John F. Kennedy (“Derribado como un perro a plena luz del día / Era una cuestión de tiempo y el momento era correcto / Tienes deudas impagas, hemos venido a cobrar / Te vamos a matar con odio, sin ningún respeto”) del cual se vale para hacer un repaso a la historia norteamericana aludiendo a numerosos grupos musicales, políticos, eventos como Woodstock, Altamont y su propia historia.

La gran pregunta pospuesta hasta ahora es: ¿Dónde apunta musicalmente? A sus 79 años, casi un centenar de producciones y millares de shows en el cuerpo, Bob Dylan se encuentra en un nivel compositivo superlativo, al que sólo se le acerca Neil Young, quien tiene una producción más o menos similar y con parecida experiencia en vivo. (A quien me referiré en otro review). Tiene el don de componer canciones que podríamos llamar “clásicas” sin importar si se trata de folk, blues, country, rockabilly o incluso soul o gospel.

La mejor definición de la música del álbum que pude encontrar es la siguiente: “Una recitación folclórica de referencias literarias y pop que se extienden por largas y destartaladas canciones con melodías mínimas (principalmente acústicas) que se balancean detrás de él como cortinas en una ligera brisa”. Es así como en este álbum hay canciones que tienden marcadamente a cada uno de estos géneros: “I Contain Multitudes” es una bella y triste balada gospel, en un inicio un tanto somnífero que, si es la primera canción que escuchas de Dylan, no te motivará mucho. Es mejor que le des play al siguiente tema, “False Prophet” que tiene un swing más cabaret/bluesero y rockabilly. “My Own Version of You” es un tema romántico que podriamos catalogar como country/blues, cuyos acordes en guitarra slide me recordaron a los teclados de Portishead de su primer álbum (Referencia ultra bizarra, lo sé). “I’ve Made Up My Mind to Give Myself to You” (“Decidí entregarme a tí”) es otra canción de amor, en clave blues/soul con ese toque clásico del cancionero americano que nutre las venas de Bob. “Black Rider” nos devuelve a las arenas del folk manchadas de sangre blues/soul, (tiene una métrica inusual que puedes asociar a un tango o flamenco ralentizado) dotado de una atmósfera oscura y tensa, como debe ser el diálogo con la muerte, era que no. “Goodbye Jimmy Reed” destaca entre las demás canciones al traernos al Dylan de su infame primera etapa “eléctrica”, al mando de la guitarra y harmónica. Es a mi gusto la mejor del disco.

“Mother of Musses” es otro tema lento en clave gospel, bellísimo pero adormecedor. “Crossing the Rubicon” devuelve los ánimos con un country/blues de cabaret del medio oeste, mientras que “Key West” nos presenta un acordeón en otra canción lenta y contemplativa.

“Murder Most Foul” es el experimento de Bob como ya les conté, donde recita de manera cadenciosa, mientras los demás instrumentos tocan a su ritmo, en un contenido jazz standard capaz de sostener la solemnidad de sus líricas. El trabajo del piano y violín es notable y bellísimo. Sobre su voz, que siempre ha sido tema de conflicto, fue una vez descrita por Joyce Carol Oates como «canto de lija».

Bob Dylan cerró su discurso de recepción del Premio Nobel concluyendo lo siguiente:

“Bueno, llevo haciendo lo que me propuse hacer por mucho tiempo ya. He grabado docenas de discos y he tocado miles de conciertos por todo el mundo. Pero son mis canciones el centro vital de casi todo lo que hago. Parece que encontraron un lugar en las vidas de tantas personas y en tan diferentes culturas, y me siento muy agradecido por eso.”

Definitivamente este disco refuerza e incluso aumenta el mito dylaniano, trayéndolo nuevamente a las portadas de los medios de todo el mundo, percibiendo una más que merecida atención por el innegable valor de este álbum, vivo ejemplo del valor de lo “clásico”, compuesto y ejecutado con talento, a la vez de una potente demostración de valentía artística y actualización de su conciencia social a través del asesinato de una figura histórica que con su muerte, encarnó el sacrificio simbólico del sueño americano y la pérdida de la inocencia de toda una generación. Vemos con estupor las semejanzas con el pasar actual de Estados Unidos…

Tengo una fotocopia de una entrevista a Bob Dylan que tomé de una “Rolling Stone” de julio de 2009, guardada entre mis “tesoros musicales”. Siempre es un placer leer a Dylan, ya sea como entrevistado o en sus “Chronicles”, y de ésta rescato las siguientes palabras:
“La música popular no tiene críticos, o como quieras llamarlos, que la entiendan en todo su fundamentalismo dinámico. El consenso sobre mí es que soy un songwritter. Y que me influenció Woody Guthrie y canté canciones de protesta. Después rock and roll. Después canciones religiosas durante un tiempo. Pero es un estereotipo. Una creación mediática. Cosa que es imposible evitar si eres una figura pública (…)
Mi banda toca un tipo de música distinto al de cualquier banda. Tocamos en ritmos distintivos que cualquier otra banda no puede tocar. Hay tantas cantas canciones mías que fueron rearregladas que a esta altura hasta yo mismo les perdí el rastro. Sí, mantenemos la estructura intacta, en alguna medida. Pero la dinámica misma de la canción puede cambiar de una noche a la otra, porque el proceso matemático que usamos lo permite. Hasta donde yo sé, no hay nadie más que toque así. Ni hoy, ni ayer, ni probablemente mañana. No creo que vuelvas a escuchar lo que hago yo. Toma un tiempo encontrar esto. Pero bueno, creo que las cosas se te dan cuando estás listo para usarlas. No las reconocerías a menos que hayas pasado por ciertas experiencias. Creo fervientemente que todo hombre tiene un destino.”
La sabiduría que da la cultura, aprendida y creada con los años, señoras y señores.

Este es quizás su más importante mérito: no sólo lo extravagante, “avantgarde”, extremo o transgresor puede ser merecedor de aplausos y alabanzas de los fanáticos y la crítica: discos como éstos revisten la misma importancia – y quizás aún más, a la luz de todo lo antes dicho – y significan un bonito desafío para los metalheads, aprender a valorarlos, y no esperar a tener 50 años para descubrir a Bob Dylan, quien supo aunar a sus casi 80 años creaciones nuevas que siguen alimentando el cancionero popular sin dejar de experimentar técnicas compositivas a través del jazz y el spoken word. (No sólo Mike Patton y John Zorn pueden hacerlo) Al menos, pégale una oída mientras siga entre nosotros, vulgares parias de su geografía personal.

Género: Country-folk-rockabilly-blues
Fecha de Lanzamiento: 19 de junio de 2020
Sello: Columbia Records

Calificación: 10 / 10

.:G_Radaghast B.P.
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